tienda de boxeo
El arte del boxeo

El noble arte del boxeo; el combate como profesión.

El campeón de peso pluma irlandés Barry Mguigan respondiendo a la pregunta de un periodista sobre por qué se había hecho boxeador dijo: «No puedo ser poeta. No sé contar hisotrias…» Pues bien, en realidad cada combate de boxeo es una historia. No es que Barry Mguigan y los boxeadores profesionales en general sean dramaturgos o poetas, pero realmente cada combate es un drama sin palabras, único y sumamente condensado (intenso). Incluso cuando no sucede nada especial, es en ese caso cuando el drama es más bien psicológico, ya que los boxeadores están ahí para establecer una experiencia absoluta, una pública rendición de cuentas de los límites máximos de su ser. 

el noble arte del boxeo

El combate de boxeo: una experiencia al límite.

Los boxeadores profesionales tienen un conocimiento sobre sí mismos como pocos podríamos saber de nosotros mismos. Conocen sus límites a la perfección. Saben qué poder físico y psíquico poseen, saben de cuánto son capaces. Entrar al ring medio desnudo y para arriesgar la propia vida es hacer de su público una especie de voyeur… el morbo que rodea al espectáculo siempre está ahí, el boxeo es muy íntimo. A menudo el combate implica para el boxeador salirse de su propia cordura para entrar en otro tipo de conciencia difícil de nombrar. 

En el cuadrilátero de boxeo hay dos actores principales, que son observados por un sombrío tercero (el público en la grada). El ceremonial toque de campana es un llamamiento a la vigilancia total para los dos boxeadores y para los espectadores. Pone en marcha, además, la autoridad del tiempo, que también es algo más que tienen que tener en cuenta los contendientes; no es fácil. 

Los boxeadores pondrán en el combate todo lo que son, lo dan todo y por eso al final todo queda expuesto: incluso secretos que ni ellos mismos pueden advertir del todo sobre su capacidad técnica y de improvisación en momentos de máximo desgaste físico.  

La adrenalina pone a prueba la estrategia e improvisación de los boxeadores.

Hay boxeadores poseídos de una intuición tan extraordinaria, de una misteriosa prescencia, que podría pensarse que están de algún modo rememorando sus combates y no peleando tal como los vemos. Saben lo que en otros momentos les ha funcionado para solventar eventualidades con las que no contaban sobre la estrategia de su adversario.  

Hay boxeadores que actúan con destreza, pero mecánicamente, que no pueden improvisar para responder al cambio de la estrategia de su contrincante; hay boxeadores que, actuando al máximo de su talento, advierte, a mitad de combate, que no será suficiente; hay boxeadores, incluso grandes campeones, cuyas carreras terminan abrupta e irrevocablemente ante nuestras miradas (graves lesiones o incluso fallecimientos). Ha habido al menos un boxeador poseído de una conciencia extraordinaria e inquietante, no sólo de cada movimiento actual y anticipado de su contrincante, sino también de los más sutiles cambios de ánimo del público, de los cuales parece haberse sentido personalmente responsable; por supuesto hablamos de: Cassius Clay más conocido como Muhammad Ali.

El dulce arte del boxeo de combate consigue como pocas cosas que salga a la luz la verdadera naturaleza física e instinto animal de supervivencia del ser humano hasta cuando se encuentra por encima de sus capacidades en un esfuerzo extra por lograr una victoria épica. Al final… el dolor pasa, la gloria es para siempre. 

Aunque el espectador se identifica con los boxeadores, no hay boxeador que actúe como una persona «normal» cuando está en el ring, y no hay combinación de golpes que sea «natural». Todo es estilo, técnica, estrategia, entrenamiento e instinto. 

Sobrepasar los límites en boxeo puede tener consecuencias nefastas.

Es importante que el talento de los boxeadores brille por encima de cualquier sentimiento que le pueda hacer flaquear: «envidia, celos, ambición desmedida…», aunque en la práctica pueda ser casi imposible. Es sumamente importante que dichas debilidades no se activen durante el combate, ya que podrían salir muy caras. El boxeador acarrea una serie de riesgos muy serios cuando entra al ring y, por supuesto, la muerte es uno de ellos. 

En el cuadrilátero de boxeo, incluso en nuestros muy humanizados tiempos, la muerte es siempre una posibilidad, lo cual explica por qué algunos aficionados prefieren ver la grabación de combates ya pasados o ya definidos como historia o incluso en algunos casos también definidos como arte. Aunque la muerte parezca una posibilidad remota, sin ir más lejos, en el mismo año 1982 ocurrieron dos muertes en combate: en el combate entre los pesos plumas Lupe Pintor y Johny Owen y el combate entre los pesos ligeros Ray Mancini y Duk Koo-Kim. En ambos casos los boxeadores murieron por cardiopatías a consecuencia de su pasmosa resistencia y energía inagotable. En la mayoría de las ocasiones, sin embargo, la muerte en el cuadrilátero es extremadamente improbable; una rara posibilidad estadística, como tu posible muerte mañana por la mañana en una caía por las escaleras, un accidente de tráfico o en el próximo accidente aéreo que reseñen las noticias. 

En los combates mortales los espectadores suelen sostener que lo que allí sucedió pareció suceder, sencillamente… impredeciblemente, en cierto sentido accidentalmente. Sólo en retrospectiva a aparece la muerte como algo que fue inevitable. 

combate de boxeo

Un combate de boxeo es una historia caprichosa. Todo puede cambiar en décimas de segundo.

En definitiva, si, como decíamos al principio, un combate es una historia, desde luego es una historia caprichosa; una en la que en cualquier momento puede suceder cualquier cosa; en cuestión de segundos o incluso milésimas. De hecho, en este sentio, Muhammad Ali se jactaba de que podía lanzar un puñetazo a mayor velocidad de la que el ojo podía seguir y probablemente tenía razón. En ningún otro deporte pueden ocurrir tantas cosas en tan breve lapso de tiempo, ni de un modo tan irrevocable en algunos casos. 

Que el combate de boxeo sea una historia sin palabras no significa que no tenga texto ni lenguaje, que sea de algún modo «bruta», «primitiva», «inarticulada»; ocurre que el texto se improvisa en la acción; el lenguaje es un diálogo de la más refinada especie entre los boxeadores (podría decirse que tan neurológico como psicológico: un diálogo de reflejos detonados en fracciones de segundos) en una respuesta conjunta a la misteriosa voluntad del público, que es siempre que el combate valga la pena para que la cruda parafernalia del escenario (cuadrilátero, luces, cuerdas, la lona manchada, los mismos y atentísimos observadores) quede borrada, olvidada. (Como en el teatro o en la iglesia, el escenario queda borrado, idealmente, mediante la acción trascendente). Los actores de la primera fila le dan al mudo espectáculo una unidad narrativa; sin embargo, en tanto que la actuación pública, el boxeo es, claramente, más afín a la danza o a la música que a la narrativa. 

Pasar de una pelea preliminar ordinaria a un «combate del siglo» como aquellos entre Joe Louis y Billy Conn, Joe Frazier y Muhammad Ali, Marvin Hagler y Thomas Hearns, es como pasar de escuchar a medias una guitarra perezosamente tañida, a oír a los Rollings Stones tocando «Satisfaction» en un estadio con las gradas repletas, y eso también es parte del misterio de la historia: ocurre tanto, tan rápidamente y con tal sutileza de infarto que no puede absorberse sino para saber que algo profundo está aconteciendo y que acontece más allá de las palabras.

tienda de boxeo